Como cada vez que llega diciembre, es momento de balances y resúmenes. El fútbol no es la excepción, y como las grandes ligas del mundo recién se encuentran llegando a la línea del ecuador; el circo mediático, se posa en la famosa historia del balón de oro.
¿Cómo
evaluar meritos individuales en un deporte colectivo?.¡Muy complicado!. Si bien
resulta innegable, que los equipos se conforman por individuos, que a partir de
su capacidad, logran tener mayor o menor peso específico; tampoco es menos
cierto, que dicha prestación, es claramente potenciada o devaluada, por el
trabajo de conjunto.
La polémica
sobre jugadores, es completamente inútil y ridícula, cuando es apartada del
juego, ya que resulta imposible realizar una valoración de un futbolista,
aislándolo de su interacción con compañeros y rivales.
La
productividad numérica como parámetro de evaluación y la exaltación de la
figura individual, por sobre la construcción colectiva; forman parte de los
principios básicos del sistema capitalista. Estos, se encuentran perfectamente
encarnados en las características de un premio como el balón de oro. Que fulano
hizo tantos goles, que mengano dio tantas “asistencias” (termino
extirpado de los deportes americanos, y que en el fútbol no siempre es tan
relevante), que sultano gano la copa de la copa y la re-copa, etc., etc.
Números, solamente números.
Personalmente,
creo que Messi es el mejor jugador del mundo. Independientemente de si hace más
o menos goles; cuando tiene la pelota en los pies, Messi, es capaz de pasar, gambetear
o tirar; tomando casi siempre la decisión correcta, con una capacidad de
ejecución altísima, y a una velocidad inusitada. Ha logrado llevar su fútbol a
otra dimensión, una dimensión nunca antes vista (al menos por mí).
Ahora, ¿Es solamente Messi, quien ha elevado su juego a otra dimensión? ¿Podría haberlo conseguido jugando para otro equipo?. Messi, saca el máximo provecho individual, de una construcción colectiva, que trabaja, para que el vea facilitada su tarea.
Gran parte de sus intervenciones,
se dan en zonas cercanas a la medialuna, y en muchas de ellas, cuenta con un
solo rival para eludir, ya que los demás, fueron “movidos” de su lugar, por
otros diez soldados, que van haciendo un trabajo de hormigas, el cual arranca varios metros más atrás. Esa
labor, no puede observarse, ni en el show de goles, ni en las estadísticas.
Tampoco es producto de una jugada. Es una tarea de noventa minutos. Para poder
apreciarla, es necesario ver el partido completo, y prestar atención.
Entre esos soldados, hay uno en
particular, que se distingue de los demás. Cuando la pelota está en sus pies,
mi sensación de placer aumenta. Algo diferente siempre hay para ver. Se que me
va a engañar. Seguramente, mi mirada irá hacia un lado y la pelota saldrá por
otro (pobre el partenaire de turno). La va a esconder, la va a mostrar. En
algún momento, hasta puede lograr generar una ilusión óptica, que me hará creer
que la pelota desapareció, que no está; para después, ya dado vuelta y con el
arco más de frente, hacerla aparecer pegadita a sus pies.
Es tan imprevisible, que tira por tierra toda
lógica, en especial la de los preparadores físicos, quienes deben guardar sus
libros y tablitas de medición. Para el la cosa es más simple: pararla,
acariciarla, levantar la cabeza, asociarse, ocupar el espacio vacío, jugar y
hacer jugar. Nunca es necesario chocar. En caso de hacinamiento, siempre
encuentra ese pasillito por donde pasar; elegante, sin despeinarse.
Su nombre, no figura entre los goleadores y no se a ciencia cierta, si
figura entre los mejores “asistidores”. Solo se, que aún en el partido más
aburrido, me resulta una falta de respeto cambiar de canal mi televisor
mientras el está en la cancha; porque siempre tiene un regalo para mis ojos.
Sin ninguna duda, el mejor jugador del mundo es Messi, pero nadie,
absolutamente nadie, encarna tan bien el arte de jugar al fútbol, como lo hace
Andrés Iniesta