“El resultado”, suele decir Ceasar Luis Menotti, “es un impostor”. Alguien capaz de ocultar una verdad con tal de codearse con el “éxito”. Alemania, había sido sub-campeón del mundo en Corea-Japón 2002 (resultado nada despreciable, aunque haya quienes piensan que del segundo nadie se acuerda). Su estilo de pelotazo y choque, nada pudo hacer ante un equipo brasileño que contaba con jugadores de altísima calidad en cada una de sus líneas, y el potencial necesario para pasearse de la mano con la estética, pero que sin embargo, prefería ignorarla, refugiándose en la “seguridad” de su trío de centrales y el doble pivote defensivo, para dejar que sus delanteros, que no necesitaban del juego colectivo para definir un partido, resolvieran desde su improvisación (les sobraba magia), cada uno de los encuentros.
El Brasil de 2002, jugaba ese fútbol que muchos suelen denominar “pragmático”. Su técnico era Luis Felipe Scolari: un amante de la “´táctica”, el aprovechamiento del error ajeno y la “motivación”. Pero no era solo Scolari quien sostenía tal postura. La historia se remonta a veinte años más atrás: En España 1982, el juego de toque y pausa de Brasil, fue duramente cuestionado por la prensa local, tras perder 3 a 2 contra la “pragmática” Italia. ¿De que sirve jugar bien y perder?, se preguntaba la crítica.
Un simple resultado, sirvió para que el fútbol brasileño cuestionara toda su historia. Fue en ese instante que se firmó el cerificado de defunción del “jogo bonito”, para dar lugar a un fútbol en el que serían las piernas: apuradas, vehementes y sin rumbo, las que recorrerían los trayectos que la pelota solía andar con destino cierto e ideas claras. El impostor había logrado su cometido, y continuó con su farsa: Los mundiales de 1994´ y el ya citado en 2002´, Copas América y Confederaciones varias, muchas de las cuales tuvieron como víctima a nobles equipos argentinos: Bielsa, Basile, y Pekerman, sufrieron los arteros golpes del “pragmatismo” brasileño.
En 2006 Alemania organizó “su” Mundial. En su partido debut, el local recibió dos goles de Costa Rica, en un triunfo en el que además de marcar cuatro goles, mostró un fútbol bastante más fresco y vivaz que el que lo había llevado al subcampeonato en la edición anterior: el libero y los stoppers habían dado lugar a una flexible y coordinada “línea de cuatro”, los laterales se sumaban al ataque (en especial un joven de veintitrés años llamado Philipp Lahm) y el juego asociado prevalecía sobre la apuesta testaruda a la “segunda jugada”. En el banco, el lenguaje corporal de dos tipos flaquitos y con pinta de desestructurados (si se toma como parámetro un “modelo alemán”), no dejaba dudas de que estos, habían puesto su impronta en aquello que se observaba en el campo, y que lejos estaba de la historia del fútbol alemán.
El más conocido, Jurgen Klinsmann, ya en su época como jugador de la Sampdoria de Italia se había interesado por el juego sudamericano, consultando frecuentemente a quien por aquel entonces era su entrenador: Cesar Luís Menotti, sin dudas quien mejor lo entiende; el otro, su asistente, era un tal Joachim Low: un ignoto ex jugador a quien Klinsmann había conocido mientras realizaba el curso de técnico.
Alemania, cayó derrotado en semifinales de “su” mundial ante una muy mezquina Italia. Si bien había quedado claro el cambio de estilo, también resultaba evidente que los intérpretes no siempre eran los indicados. Días más tarde, derrotó a Portugal (dirigido por Scolari) en el partido por el tercer puesto. Curiosamente, Klinsmann festejaba con una sonrisa “de oreja a oreja”.
Tiempo después, supe que ganar “su” mundial, no era prioridad para el fútbol alemán: sus metas estaban ya enfocadas a la “reinvención”: reformulación de competencia interna, saneamiento de clubes, centros de formación de futbolistas jóvenes, renegociación de contratos televisivos, en fin, una reestructuración total, con un fútbol más transparente y solidario.
El estilo escogido para representar la “revolución” debía ser el que mejor la reflejara: un juego transparente y basado en el manejo de conceptos claros, capaz desde lo colectivo, de potenciar virtudes y disimular defectos individuales.
Los impostores no pueden mantener su mentira de por vida. La sabiduría que ostenta el tiempo, tarde o temprano quita su máscara: doce años después, el “pragmatismo” y el pensamiento mágico en forma de “motivación”, encarnados en las mismas personas que los representaron en su apogeo, nada pudieron hacer ante el fruto de años de trabajo serio y a conciencia, el cual no tengo dudas, no se embriagará del “éxito” de hoy, y sabrá convivir y salir fortalecido de futuros e inevitables “fracasos”, como el sufrido por Brasil en 1982.
No fue Alemania quien le propinó el cachetazo más grande a la rica historia del fútbol brasileño. Quienes lo hicieron, fueron aquellos que decidieron darle la espalda, sucumbiendo ante la mentira del impostor.
Sin duda alguna, el triunfo de Alemania en tierras brasileñas, además de ser recordado por el contundente 1-7, debe permanecer en la memoria de quienes no pretendan ser “timados” en un futuro. Paradójicamente, Miroslav Klose batió en la propia tierra del gran Ronaldo, el record que éste último ostentaba como máximo goleador de la historia de los mundiales. Siendo un jugador infinitamente inferior al “fenómeno”, el futbolista germano ha hecho máximo usufructo del juego colectivo, el mismo que Scolari, además de Parreira (hoy asistente técnico) y Zagallo, negaron a Ronaldo, y que sin duda alguna, hubiera permitido que su marca y su leyenda, fueran más grandes aún.
Alemania y Brasil recorrieron caminos diferentes en lo que a “reinventarse” refiere. Los “teutones” lo hicieron a conciencia y aprendiendo de sus errores, a pesar de ser “tentados”, y en su propia casa, por el mismo impostor que, camuflado en una camiseta azul, engañó a gran parte de un país que tardó treinta y dos años en descubrirlo, y de la manera más dolorosa.