17 Sep

                 En reiteradas ocasiones, he tenido posibilidad de dialogar con entrenadores de fútbol infantil y/o juvenil, que casi como acto reflejo, antes o segundos después de expresar algún concepto, hacen mención, casi a modo de aval del mismo, a “sus” logros obtenidos, siempre expresados en campeonatos o partidos ganados (en los peores casos los resultados son expuestos en primera persona).

                 En una charla entre Jorge Valdano y Johan Cruyff, publicada por el diario El País en junio de 1996, este último decía: “el entrenador de un equipo de fútbol base, ¿qué es?, ¿entrenador o enseñador? Si es entrenador, quizá algún día quiera ascender como entrenador. Esto quiere decir que ya vive de los resultados. Y él no tiene que vivir de eso: tiene que exigir el resultado como enseñanza”.

                 Personalmente, considero que las actuales exigencias de titulación de los entrenadores, han repercutido positivamente en el fútbol, pero sin duda alguna, y en relación a lo planteado por Johan, este es un ítem en el que se observan notables falencias. Por un lado, mucha formación teórica, por el otro, poca vocación docente y sentido común.

               ¿Es el problema entonces, la competitividad de los torneos?. En contrapartida a los entrenadores resultadistas, se encuentran profesores de educación física y "recreólogos", que se oponen rotundamente a la competición, argumentando que la misma resulta nociva para los niños. Para esta corriente, el termino competencia está prohibido, siendo reemplazado por la expresión “encuentro deportivo”. Algo así como un cumpleaños sin torta. Todo es lo mismo, da igual ganar que perder, y lo importante es divertirse.

               Esta concepción “new age” del fútbol base, tiende a dar por producto, jugadores bien dotados técnicamente (obtienen máximo rédito de la globalidad), pero con marcadas y casi irreparables falencias en su estructura emotivo-volitiva.

               Los torneos infantiles, especialmente a partir de los diez años, deben tener puntos en juego; porque los niños quieren y deben competir, ya que la competencia sana sirve para reforzar su carácter.

             La pregunta que en todo caso deberíamos formularnos es: ¿Quiénes compiten?, ¿los niños?, o todo el circo que se arma alrededor de estos, entrenadores y padres incluidos.

             En mi opinión, el verdadero formador, titulado o no, debe tener por sobre toda las cosas vocación docente y por lo tanto compromiso con sus alumnos. La competición, es relevante solo para los niños. Para los entrenadores, esta no debería ser más que una instancia evaluativa, de la cual se obtendrá información de cómo evoluciona el proceso formativo. El resultado de un partido o campeonato, es completamente anecdótico, y no es un parámetro para nada fiable en la evaluación.

Muchas de las conductas más deseables en un jugador y en un equipo de fútbol, requieren de una alta exposición al error, pudiendo traer como consecuencias perder partidos; especialmente cuando estas se encuentran en fase de aprendizaje. El más claro ejemplo de este concepto, es la salida con pelota dominada desde el fondo, pilar del juego posicional que caracteriza a los mejores equipos del mundo.
   
          Para el formador, los parámetros de evaluación, deben surgir de su modelo de trabajo, surgido de una evaluación diagnóstica única e irrepetible de sus jugadores, ya que estos también son estructuras hipercomplejas únicas e irrepetibles.
 
           En el futbol formativo, el verdadero resultado, no es ganar partidos ni campeonatos, sino enseñar a jugar bien al fútbol.

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