05 Jan
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Prof. Andrés Santalucía

Después de varios años educando en la competencia y por tener estrecho vínculo con el fútbol profesional, muchos son los chicos, especialmente adolescentes y niños de once/doce años, que se acercan a la Fundación Fútbol Constructivo en busca de “su” oportunidad. Muy pocos son los que logran hacer pié, casi siempre por la misma razón: ansían llegar a la meta sin recorrer el camino. No solo ellos, sino también sus familias, simplemente creen necesitar de una vidriera que los exhiba de cara a las puertas de un éxito al cual se sienten “condenados”, a pesar de innumerables carencias, que van desde fundamentos técnicos y conceptos futbolísticos básicos, hasta cuestiones netamente vinculadas al conocimiento de todo el entorno que rodea al juego, claramente relacionado con el mundo de los negocios. El más extremo de los casos, fue el de un chico de diecinueve años, jugador libre, que tras participar en un par de entrenamientos jugando muy por debajo del nivel de nuestros chicos Sub-15, pedía a gritos y casi encaprichado lo “contactáramos” para hacer una prueba en Boca.

Estos disparatados casos, no son más que la consecuencia de un fenómeno que es moneda corriente: el de los “Super Campeones” del fútbol infantil que juegan, ya desde pequeños, y con miserable complicidad de los adultos, a ser exitosos profesionales. Las improvisadas páginas de instituciones de dudosa reputación (hay clubes grandes que se manejan de la misma manera), e incluso a veces sus precoces perfiles en redes sociales, se transforman en un mural de trofeos, medallas y felicitaciones. Los “mundialitos”, cuentan para ellos como las copas mundiales de la F.I.F.A para Pelé o Beckenbauer. La palabra crack, solo reservada para grandes futbolistas a nivel mundial, es utilizada con la más absoluta liviandad. Crack va, crack viene, las falsas ilusiones no se detienen.

Casi siempre insertos en el submundo de las “escuelitas” de fútbol, influenciados por el ostensible ejemplo de improvisados entrenadores, que juegan, compitiendo en la mediocridad, tanto como ellos a dirigir su propio “Real Madrid a la vuelta de casa”. La vida les sonríe, los videos autorreferenciales se acumulan, solo hay lugar para levantar copas y proyectarse en grande, alentados por sus padres devenidos en hinchas/representantes que a toda costa intentan “ubicarlos” algún peldaño más arriba, en medio de feroces competencias con otros progenitores de similares cometidos.

Ahora vale la pena preguntarse: ¿Cuál es la respuesta de los pequeños campeones, empachados de trofeos infantiles al momento de enfrentar las realidad?. Solo un porcentaje minúsculo de ellos (uno de cada mil) llegará a jugar profesionalmente, y uno muchísimo menor logrará levantar trofeos con asiduidad. ¿Estarán preparados para convivir con el fracaso y la frustración?.

La maquinaria de hacer goles y ganar torneos infantiles solo trae consigo una tendalada de adolescentes frustrados y desilusionados, que empiezan a deambular sin horizontes: no solo en el fútbol, sino muchas veces también, y por confundirla con el fútbol, en la vida misma.

Los pibes pasan, las “escuelitas”/ “academias”, vendedoras de ilusiones, nunca mueren: una nueva camada siempre llega para perpetuar la mentira eterna a base de seguir llenado vitrinas y agigantar delirios de grandeza, retroalimentando el círculo del “éxito”, llamador de nuevas “cracks” que el tiempo transformará, casi en la totalidad de los casos, en apenas un número más.

¿Y si probamos con pensar al revés?. Primero el amor a la pelota, luego al juego. Más adelante la tenacidad para entrenar y dar lo mejor de uno mismo, tolerando la frustración: la clave del verdadero éxito radica en no dejar nunca de aprender, y paradójicamente es el error el mejor de los maestros. Esta ha sido y es la fórmula que humildemente trato de proveer a mis alumnos para achicar el margen de error en su búsqueda, que sin dudas necesita de una imprescindible cuota de suerte. Y si el destino (muy probable para casi todos) es no llegar, que al menos quede la tranquilidad de haberlo dejado todo y que lo aprendido en el fútbol, que nada tiene ver con ganar torneos, sirva donde quiera la vida llevarlos.

No es lo que los chicos ni sus familias quieren escuchar. Estamos hablando de inyectar la vacuna de la educación y la cultura del esfuerzo en venas por las que corre sangre intoxicada de superficiales “éxitos” y falsas ilusiones.






 


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